Adolescencia
Adolescencia
TERCER PREMIO DE RELATO
CATEGORÍA: ESO
Oliver Gabriel Díaz Hernández. 4º de ESO. COLEGIO MARPE
Una tarde de primavera Marcos quiso hacer una reflexión y, sentado frente a su ordenador de trabajo, se hizo la siguiente pregunta:
—¿Qué había pasado de relevante durante sus quince años de vida?
La verdad es que se había sentido privilegiado. Había tenido el honor de practicar varios deportes: karate, tenis de mesa, pádel, fitboxing y, últimamente, se había decantado por el boxeo.
No sabía cómo, pero había establecido una rutina en su día a día. Se levantaba temprano, ducha fría y desayuno proteico. Luego sin pensárselo, caminando llegaba al colegio donde estudiaba. Normalmente con buen ánimo, aunque hacía unos días, y si lo pensaba hacía ya algún tiempo, que se notaba distinto.
Digamos que su manera de procesar no era la misma. No entendía bien las preguntas y aún menos las respuestas. Interpretaba mal determinadas actuaciones. Los sentimientos golpeaban su mente sin claridad y la información o el exceso de ella lo bloqueaban. Sus días transcurrían, pero él ya no. Todo esto hacía de él otro yo. Quizás había idealizado sus expectativas y sobre el terreno nada era como parecía.
Había vivido siempre acompañado de sus hermanos, algunas veces protegiéndolos por ser el pequeño y otras intentando ser escuchado, pero, eso sí, nunca ignorado. Por eso mismo adoraba a sus amigos. Solía reírse y analizar todo como cualquier adolescente.
Para sincerarse con él mismo, había un tema que le parecía más serio: no le gustaba la ligereza con la que hablaban ellos; por eso, él los había tenido al margen. Recordó las palabras que siempre le decía su madre: ‘‘respeto’ y ‘’sinceridad’, que así calificaba el amor; por eso, las bromas en este asunto estaban fuera de lugar. Creía estar enamorado, pero le asaltaban las dudas. ¿Sería amor verdadero?
El brillo de su melena, esa timidez mezclada con altanería. Ese despiste y a la vez esfuerzo e interés a la hora de estudiar, lo tenían absorto durante las horas de clase. Lo pensó mejor, Emma era especial, pero… ¿Era amor? Digamos que todas estas actuaciones y razonamientos eran propias de sus quince años, aunque… ¿Qué faltaba? ¿Qué lo turbaba? En definitiva, ¿qué nublaba su avance?
Sin respuestas llegó la noche y al amanecer del día siguiente lo primero que hizo fue abrir la ventana.
Su ventana daba a la bahía. Observó el horizonte lejano, pero alcanzable. Sobre el mar, veleros de diferentes categorías, enormes cruceros, yates, diminutos pesqueros y algunos óptimis de alguna escuela náutica. Se fijó en el oleaje, constante, rítmico balanceando y permitiendo el avance de los barcos. Un avión buscaba su destino cruzando el aire.
Varios transeúntes con diferentes misiones caminaban, corrían o simplemente estaban en las calles. En ese momento llamó su atención el vuelo rasante de una bandada de pequeñas golondrinas. Y sin saber cómo, el futuro de un mundo lleno de esperanzas y respuestas estaba ante él.
«Sólo hizo falta un gesto para difuminar sus dudas: abrir la ventana».