1 de enero – Día Mundial de la Paz

El Árbol del Silencio

En una aldea llamada Tierra Serena, rodeada de montañas y ríos cristalinos, la gente vivía en constante discordia. A pesar de los regalos que la naturaleza ofrecía, los aldeanos discutían por cosas tan pequeñas como quién poseía la mejor cosecha, cuál era el camino más corto al Río, o incluso quién tenía el gallo que cantaba más fuerte al amanecer. La tensión era como una nube oscura sobre el pueblo, y cada día parecía peor que el anterior.

En el centro de la aldea había un árbol gigantesco que todos llamaban El Árbol del Silencio. Sus ramas gruesas daban sombra a la plaza principal, y sus hojas susurraban al viento como si trataran de hablar. Según las leyendas, aquel árbol era mágico. Decían que solo cuando las personas dejaban de discutir y trabajaban juntas, sus flores brotaban, regalando paz y prosperidad a quien estuviera bajo su sombra.

Sin embargo, hacía más de cien años que el árbol no florecía.

La Visita del Forastero

Un día, un anciano forastero llegó al pueblo. Su cabello blanco caía en rizos desordenados, y sus ojos brillaban con una mezcla de sabiduría y esperanza. Nadie sabía de dónde venía, pero todos notaron que llevaba en las manos un objeto peculiar: un cristal azul que reflejaba la luz del sol como si guardara un fragmento del cielo.

El anciano se paró bajo el Árbol del Silencio y habló en voz alta, lo suficientemente fuerte como para que todos los aldeanos lo oyeran:

—La paz que buscan está dentro de ustedes, pero el rencor y la división han hecho que el Árbol del Silencio pierda su magia. Si quieren que florezca de nuevo, tendrán que unirse para resolver tres desafíos.

Los aldeanos, aunque desconfiaban entre sí, estaban intrigados. El anciano les explicó que solo si trabajaban juntos superarían los retos. Entonces, colocó el cristal azul en la base del árbol y desapareció como por arte de magia.

El Primer desafío: El Río Dividido

El primer reto apareció al día siguiente. Durante la noche, un derrumbe había dividido el Río en dos, dejando a una parte de la aldea sin Agua. De inmediato, surgieron los gritos y reproches.

—¡Tu campo está bloqueando el Río! —gritó un agricultor.
—¡No, es culpa de tu ganado que desvió el curso! —respondió otro.

Pero entre las voces se escuchó a una niña pequeña, llamada Lía, que era conocida por su bondad:
—Si discutimos, nunca volveremos a tener Agua. ¿Por qué no trabajamos juntos para limpiar el derrumbe?

Aunque al principio hubo murmullos de resistencia, los aldeanos se dieron cuenta de que Lía tenía razón. Dejaron a un lado las acusaciones y, con herramientas y manos dispuestas, lograron desviar el Río de nuevo a su curso original. Esa noche, las hojas del Árbol del Silencio comenzaron a brillar tenuemente.

El Segundo desafío: El Puente de los Desconocidos

El siguiente día, el anciano regresó en sueños a cada aldeano y les advirtió:
—Al norte del pueblo, un puente está a punto de colapsar. En el otro lado, un grupo de viajeros busca refugio. Ayúdenlos o el puente se perderá para siempre.

La noticia corrió rápido, pero no todos estaban convencidos. Algunos desconfiaban de los viajeros, pensando que podrían traer problemas. Otros decían que el puente no era su responsabilidad.

Lía volvió a intervenir:
—Todos somos viajeros en algún momento. ¿No merecen ellos el mismo refugio que nosotros tendríamos si lo necesitáramos?

Poco a poco, los aldeanos reunieron madera, cuerdas y herramientas para reparar el puente. Con esfuerzo y cooperación, no solo lograron fortalecer la estructura, sino que también dieron la bienvenida a los viajeros, compartiendo comida y abrigo. Esa noche, el Árbol del Silencio produjo un leve perfume en el aire.

El Tercer desafío: El Muro Invisible

El tercer día, los aldeanos despertaron para encontrar un muro invisible rodeando la plaza. Nadie podía entrar ni salir. Se veían, pero no podían tocarse ni escucharse claramente. En el centro, el anciano apareció de nuevo, esta vez sosteniendo el cristal azul, que ahora brillaba intensamente.

—Este muro representa los corazones cerrados de todos ustedes —dijo—. Para derribarlo, deberán compartir lo que más valoran con los demás.

El silencio reinó. Nadie quería ser el primero en mostrar vulnerabilidad. Pero Lía, con su pequeño cuaderno de dibujos, se acercó al muro y lo colocó en el suelo.

—Esto es lo que más amo —dijo—. Mis dibujos me hacen feliz, pero los compartiré con todos si eso significa que podamos estar juntos.

Inspirados por su valentía, otros comenzaron a acercarse con sus posesiones más queridas: un instrumento, un libro, una receta de familia. A medida que compartían, el muro comenzó a desvanecerse. Finalmente, el pueblo quedó unido una vez más.

Esa noche, el Árbol del Silencio floreció. Sus ramas se cubrieron de flores blancas y doradas, iluminando todo el pueblo con una luz cálida y apacible.

La Moraleja del Árbol

El anciano apareció una última vez.
—La paz no es la ausencia de conflictos, sino la voluntad de trabajar juntos para superarlos. Recuerden esto, y el Árbol del Silencio seguirá floreciendo en sus corazones.

Desde ese día, Tierra Serena se convirtió en un símbolo de unidad, y los aldeanos nunca olvidaron que la paz se construye con pequeñas acciones diarias de comprensión, bondad y generosidad.



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