22 de abril – Día de la Tierra

El Bosque de los Susurros

En un lugar llamado Valle Esmeralda, se encontraba un Bosque que, según las leyendas, podía hablar. Los habitantes lo llamaban El Bosque de los Susurros porque decían que el viento entre sus árboles susurraba mensajes sobre el cuidado de la Tierra. Aunque muchos ignoraban las advertencias, el Bosque había sido hogar de animales y plantas por generaciones.

Sin embargo, con el paso del tiempo, la gente comenzó a talar árboles sin medida, a arrojar basura en los ríos y a construir fábricas que expulsaban humo gris. Poco a poco, el Bosque dejó de susurrar y comenzó a marchitarse. Los animales emigraron, los ríos se secaron, y las hojas verdes se volvieron marrones.

Entre los habitantes del valle vivía Lía, una niña que amaba jugar en el Bosque. Solía hablar con los árboles, creyendo que podían escucharla. Una tarde, mientras exploraba un rincón olvidado, encontró un árbol viejo con un rostro tallado en su tronco. Al tocarlo, el árbol cobró vida y le habló con voz profunda:

—Lía, soy Arbor, el espíritu del Bosque. Nuestro hogar está muriendo porque la gente ha olvidado cómo cuidar la Tierra. Necesitamos tu ayuda para restaurar el Equilibrio.

Lía, asustada pero decidida, respondió:
—Haré todo lo que pueda. ¿Qué debo hacer?

Arbor le explicó que debía superar tres desafíos para salvar el Bosque. Cada uno le enseñaría una lección sobre la importancia de cuidar el planeta.


El Primer desafío: El Río en Silencio

El primer desafío la llevó al Río que alguna vez fluía con fuerza, pero ahora estaba lleno de basura. Lía notó que los peces habían desaparecido y el Agua tenía un olor desagradable. Arbor le dijo:
—El Río es la sangre de la Tierra. Si no lo limpiamos, todo a su alrededor morirá.

Lía reunió a los niños del pueblo y, con redes y guantes, comenzaron a recoger la basura. Al principio, algunos adultos se burlaban:
—¿Qué pueden lograr unos niños con palos y cubetas?

Pero Lía no se rindió. Con el tiempo, el Agua volvió a fluir con claridad, y los peces regresaron. Los habitantes, al ver el cambio, entendieron que cada pequeño esfuerzo cuenta.


El Segundo desafío: El Árbol de las Sombras

El siguiente desafío la llevó a una zona del Bosque donde los árboles habían sido talados para construir casas y muebles. Allí, Arbor le mostró un enorme tronco caído.
—Este árbol era el hogar de pájaros y ardillas. Ahora, solo queda sombra. Si queremos restaurar el Bosque, debemos devolverle lo que le hemos quitado.

Lía convenció a los habitantes de plantar nuevos árboles. Juntos, crearon un vivero con semillas y aprendieron sobre la Reforestación. Día tras día, cuidaron los brotes, y con el tiempo, un pequeño Bosque comenzó a crecer en el lugar del tronco caído.


El Tercer desafío: El Aire Sin Voz

El último desafío fue el más difícil. Arbor llevó a Lía a la cima de una colina desde donde se veía una fábrica soltando humo al cielo.
—El aire que respiramos está envenenado. Si no encontramos una manera de cambiar esto, ni el Bosque ni las personas podrán sobrevivir.

Lía habló con los líderes del pueblo y les propuso utilizar fuentes de Energía limpia, como el sol y el viento. Aunque al principio hubo resistencia, lograron instalar paneles solares y molinos de viento. Poco a poco, el aire comenzó a volverse más puro, y los pájaros regresaron a cantar al Bosque.


El Bosque Renace

Cuando Lía completó los tres desafíos, el rostro de Arbor en el árbol volvió a sonreír. El Bosque de los susurros recuperó su verdor, y el viento entre los árboles volvió a cantar. Los habitantes del Valle Esmeralda entendieron que la Tierra no era algo que pudieran usar sin límites; era un hogar que debían cuidar.

Cada año, en el Día de la Tierra, el pueblo se reunía en el Bosque para plantar árboles, limpiar ríos y recordar que el futuro del planeta dependía de sus acciones.


Moraleja

El planeta es nuestro hogar, y su Conservación es una responsabilidad compartida. Pequeñas acciones, como reducir la Contaminación, plantar árboles y utilizar Energía limpia, pueden marcar una gran diferencia. La Tierra nos da vida, y cuidarla es el mayor regalo que podemos ofrecerle.